Cuando somos pequeños, deseamos ser como los "mayores", hacen lo que quieren, no dan explicaciones, y nadie les riñe ni les castiga sin chuches. Más tarde empiezas a rebelarte. Sientes que no se te trata de acuerdo a tu edad, "cómo te va a mandar tu madre volver pronto a casa, si ya tienes 15 años, ¡vaya locura!", sientes que eres maduro y todas esas decisiones que verdaderamente llevas a cabo mediante las hormonas y la inseguridad, son para ti las decisiones más sabias del mundo.
Y de repente, ves que ya ha pasado todo eso. Te das cuenta de que estás creciendo. Y aquí comienzan los dolores de cabeza. Lo peor de todo es no estar seguro de nada, tener la necesidad de controlar un mundo aparentemente (y realmente) incontrolable, querer predecir un futuro incierto, y sentir que debes escurrir los minutos como si de oro en paño se tratase, ya que todo pasa muy rápido.
Te planteas cosas que antes ni se te hubiesen pasado por la cabeza, como por ejemplo si las personas que están alrededor tuyo merecen verdaderamente la pena, o lo más duro aún, sopesar hasta qué punto tu persona merece la pena. Eso supone el tercer dolor de cabeza, pero este dolor es diferente, se arrastra siempre.
El tiempo juega en tu contra, pero no te puedes obsesionar porque entonces no lo disfrutas, y te sumerges en una especie de caos, en el que te dejas llevar por los demás, por ti, por todo... Hasta que entonces, entonces sí, creces.