Pero no te encuentro. Te busco. Y te vuelvo a buscar. Tomo
una bocanada de aire fresco, que me hiela el estómago en estos fríos días de
diciembre. Con el gorro enchufado, los guantes enganchados, las aletas de la
nariz congeladas.
A veces creo distinguir tu olor, una suave y aromática
ilusión que me estremece, me hace temblar y me devuelve a la realidad de que tu
olor perfuma los días en otro lugar, a muchos kilómetros, seguramente pasando
inadvertido para otros tantos. Otras veces tu jersey favorito se pasea ante mis
ojos, pero en un cuerpo extraño, peregrino para mí.
Te busco, pero no te encuentro. Son pocos los días en los
que mi búsqueda es consciente, desesperada algunos días, melancólica y errática
otros. El resto del tiempo, vivo en ese standby pasivo y apagado. No te
extraño, pero siempre me acuerdo de ti. Sigo pensando que nosotros somos uno,
ahora dividido, pero que se mantiene como una unidad absoluta. Por lo menos
para mí. Si una parte de una mitad, busca a la otra es que todavía late, o eso
creo.
No tengo palabras, tampoco me quedan lágrimas. Ya no me
quedan noches tristes, ni melancolía para ti. La gasté toda.
A veces no te busco, aún así, no te encuentro.


